Después de Todo

Mandrágora insistió deliberadamente en crecer delante de la puerta pintada de gris. Y Verluz, pateaba con sus ramas, diciendo que no fuera así. En cambio Danatula, el dueño del lugar, y hombre de pocas palabras, observaba la discusión entre las dos plantas, mientras sentado en un sillón de mimbre, observaba la situación en actitud pasiva. Su pipa displicentemente dejaba esparcir su perfume atormentado de tabaco barato. No obstante el embarazoso momento y como todo seguía igual, no tuvo mejor ocurrencia que manotear un nuevo tarro de pintura gris y previa mirada a Mandrágora y a Verluz, que tragaba saliva, decidió continuar dándole con el mismo color a las otras puertas restantes. Verluz congestionada de rabia se comió un puñado de hojas secas y su amante compañera, muy desolada, pensó que lo mejor era darse por muerta. Lo hizo tan pero tan bien, que Verluz se lo creyó, entonces se dobló por la mitad y soñó. El hombre de nuestro cuento pintaba y pintaba las puertas, las plantas estaban muy quietitas. En serio tan quietitas y calladas que el se quedó anonadado y como estaba de muy buen humor se puso a cantar, una canción muy conocida, “flaca tres cuarto de cogote,...” Verluz era muy tímida y se puso colorada pensando en su talle delgado (entre nosotros también tenía lo suyo y ella lo sabía). Decidida a todo levantó suavemente los ojos y miró con cara de carnero degollado a Danatula que miraba apasionadamente a una Mandrágora resucitada. Todo estaba bien hasta ahí. Pero vaya uno a saber porque a veces pasan tantas cosas imprevistas. Tanto es así, que Verluz, en un gran ataque de rabia y celos le quitó, el tarro de pintura gris a Danatula que seguía mirando a Mandrágora. Eso enfureció a Danatula, quién tomando el tallo de Verluz, lo apretó hasta dejarlo más finito que un hilo de coser. Mandrágora tuvo miedo, se hizo la muerta otra vez, pero ya sabemos que es mentirosa. Verluz agonizaba y Mandrágora no sabía que hacer, entonces se puso a mirar cuántas puertas quedaban por pintar todavía, contó mentalmente los minutos, sabía que tenía tiempo y no lo pensó dos veces. Verluz ya no respiraba; ella la miró una vez más, esta vez no mentiría, sabía que con un esfuerzo supremo podría lograrlo, acaso no lo intentó tantas veces, moriría si, claro que si, esta vez no fallaría. Después de todo nunca había podido entender a los seres humanos.

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