Campanita y Pedro

Campanita y Pedro, tienen grandes sueños sobre sus espaldas, pero a veces le pesan demasiado y tienen miedo porque pueden tener un aterrizaje terrenal.
Conscientes del peligro, mandan la palabra socorro a la tierra y ruegan para que alguien le solucione su problema, con respuestas adultas.
Y se quedan a la espera, cantando con los ojos cerrados.
Luego de muchos, pero muchos minutos, Pedro ve cómo el mensaje se hace cada vez más chiquito en el espacio natural del mundo.
Mientras pasa el tiempo, ven sus sueños en la Biblioteca de Babel y los que aún le quedan en sus galerías infinitas, también sus grandes pesadillas. Pedro le dice a Campanita que no quiere crecer.
Un suspiro los sorprende, desordenados de ideas ven las primeras estrellas. Poco a poco anochece. Él, mira hacia abajo, sigue sosteniendo que no quiere crecer. Campanita sonríe y traviesamente lo toca. Ella, riéndose, le dice que no quiere envejecer. Como pueden pliegan los bostezos de la noche y antes de abrazarse, ven la palabra socorro extraviada en un puntito lejano del espacio. Los dos se duermen.
Después de un rato lago, ya en el comienzo del día, abren los ojos. Todo está igual que el día anterior y la palabra socorro, es sólo una pequeña mancha que todos pisan..
Entonces sienten por centésima vez, sus respiraciones acostumbradas y un reloj de pared que toca campanadas.
Se levantan. Pedro mira a Campanita, le ceba unos mates y dice que entre tantos tropiezos, es mejor no seguir creciendo, y Campanita guiñando un ojo, piensa con las sin cuenta imaginaciones que tendrá a mano para que Pedro crezca de una vez por todas.

Perímetro


Lo condujeron al lugar asignado. No quiso mirar. Entonces cerró fuertemente los ojos y se quedó así largo rato. Luego quiso ver, los abrió y sin poder llorar giró su cuerpo, o al menos lo intentó. Allí no había ni relojes, ni puertas. Después lo tomó desprevenido la imposibilidad de moverse. Sólo había un silencio largo e inmanejable.
Y la pared que estaba frente a él tenía dibujos de ventanas asombrosas, alentándole los sueños, pero estaban cerradas y lo presionaban acercándose más. Quiso pararse pero las ventanas no lo dejaron, ni se abrieron cuando pudo tocarlas, porque empezaron a decolorarse. Luego aparecieron líneas rectas, que cambiando de posición comenzaron a señalarlo como si fueran falanges acusadoras.
Las horas estaban en completo desacuerdo y el espacio era desperfecto. Un ruido lo sacó de su postura molestándolo, era el hipo; puso entonces su cuerpo hacia la izquierda, pero un dolor en su columna vertebral lo inmovilizó, produciéndole calambres. El hipo continuaba y ruidos de afuera se oían a través de las paredes y eran como estacas en sus oídos. Quiso ser alguien, no lo dejaron, fue conformista, lo reconoce. Se le despertaron enormes confidencias y se tranquilizó pensando que todo fue hecho con la mejor buena voluntad, pero así y todo, se cuestionó algunos porqués. Adriana, su mujer, últimamente no cuestionaba; sólo una vez le dijo 'el tiempo pasa y te puede'.
Primero lo pensó, más tarde lo analizó y después siguió como siempre, hoy se lo reprocha. Ahora una pared a la derecha, llena de enredadera y musgo, avanza hacia él; como en una película de terror, vio su pasado acunado en los brazos del presente.
De la pared que sigue avanzando nace una lluvia finita pero persistente. Dijo: 'es lluvia' y se corrió hacia la izquierda; la lluvia lo mojaba, parecía como si lo quisiera borrar. Él empezó a sentir los prohibidos y los permitidos chasqueándole la lengua.
La saliva porosa por la lluvia lo ahogaba. Recordó gestos buenos, implacables, obstinados, perversos, tiernos o sólo interesados en reírse. Deseó una lata de cerveza, pero no se la alcanzaron. Miró hacia arriba, creyó ver los cigarrillos, un secreto de toda la vida se le escapó de una botella descorchada y se partió en mil pedazos, ya no tenía a quién contarlo. Los pedazos entonces se le vinieron encima, el hipo dejó de castigarlo. No supo si el agua había mojado demasiado su cara o si eran lágrimas. Extrañó el mate, un bizcocho con manteca, un vaso de vino, el diario y la presencia de Adriana.
¿Dónde estaba ella? Un ruido pasivo lo sorprende, era una mosca, demasiado esquelética, la que se posó en su pecho y frotaba sus alitas. El piso temblaba, él cree que es su cuerpo pero el hipo lo inmoviliza de nuevo y la espalda es un plomo; adopta como puede una posición fetal y se imagina un calor suavecito dentro de un vientre.
Oye el sonido de un teléfono, acaso alguien pregunta por él. No obtiene respuesta y el teléfono sigue sonando; una ternura suma algunos latidos, sabe de qué se trata, le involucra el alma. Está a punto de gritar; la pared de enfrente se acerca, su grito se pierde. Sólo unos pocos sentidos agudizados a la fuerza lo enfrenta a la realidad. Recién ahora surgen pensamientos que como verdades absolutas se inauguran en él, porque ciego, sordo y mudo de su propia soberbia, nunca vio. Todo lo cerca, milímetro a milímetro, las paredes avanzan, tira una patada, se le destroza el pie, sus sueños desaparecen, primero ver colores, luego brillo, luego un moho verdoso le quita la respiración, sus gestos se arrugan, los dedos también, la mirada se hunde, se hunde; tira débilmente un puñetazo que no llega a ninguna parte. Nota la incomodidad, trata de encogerse. Pelea con las pocas cosas que le quedan. Piensa en el fin, ¿lo quiere? Arriba debe haber estrellas, no ve relojes, ni puertas. Nadie viene, está solo, el aire no llega a sus pulmones como debería. Trata como último recurso de bajar, pero no existe un fondo. Afuera no hay más ruidos.

Mujer

Anonadada entre sus duendes,
respira en el silencio
de las incandescencias,
toda la fragua de los días
y busca veredas y trinos
que le han crecido
desde sus alas..
Sin permitirse ahogos,
ni baldes de lágrimas
golpea la espiga diaria
y camina fotalezas
que le vienen desde
la tozudez del alma.
Ella no sabe de desmayos,
sí sabe de luchas
cuando alguien pega mal,
sin embargo entrega
sus perfiles a la vida
y en ese instante natural
de ternuras que la colman.
Pone voces a las pieles,
y discute con el tiempo
una hora más.
Entonces cuando relojes
pasan y un cielo de canas
cubre sus cabellos,
se embriaga de nombres y sonidos
fijados desde siempre
en la palabra que la nombra,
para ponerla de pié.

Horas sin plagio

Se estremece el ojo de la tarde,
cuando alguien anda arbolando
el canto de los ocres,
y mientras maduran
las últimas fogatas del verano,
algo anda tratando de explicar
como en el íntimo orden de un cuento,
el tiempo no sabía disimular sus apuros
ya había impulsos
y cartas de hojas
trayendo otoños...

Monedas

Escucho la lluvia
y el lenguaje natural de los pájaros;
mientras un silencio cuelga
monedas de su piel,
rastrea intimidades
y yo, entretengo mis palabras,
construyo vitalidad de voces,
escribo a la deriva,
y siento como quema el oficio,
cuando incandescencias
de un largavistas atolondrado
desflora sensaciones a la diestra de mí,
acaricia a la hembra que llevo
y entre alaridos de furias y torpes recuerdos
agita los pañuelos
y con una nueva algarabía al hombro
silba sueños, empina el alma
y sin más vueltas anda por el aire
con todos los trasluces de vientos nuevos,
mirando desde un poema.

Oye

Oye la ternura que nos cae
desde los duendes
y como en un gajo se nutren
tu nombre y el mío.
Mira la magia de luciérnagas
en tu población de emociones,
y las hipotecas del alma;
entonces inaugura ese momento,
vuela en la noche soberana;
así sabrás como vertientes
crecerán por tus manos
y en un sólo minuto
lo natural de jadeos, sabrá
de apuros no traspapelados.

Otoño

Horas navegan ocres,
e inmolan sus amarillos en el parque,
el roble hace guiños y nutre de vanidades
a palmeras que hacen gala de su altura,
y mientras andenes llevan a la red del alma
momentos hipotecados alguna vez,
la memoria saca vestidos,
se detiene en sus tacos altos
y devora sus secretos,
en un sitial de silencios que acarician
la tibia tarde de otoño.


2 de febrero de 2010

Redonda multitud de rosas

Redonda multitud de rosas
dejan temblores de blancos en el patio,
y un gran silencio de pájaros
tiene la clave de un cuento.
Asombros de colores
deletrean la fuga de las horas,
que parece venir
de algún sentimiento extraño
o de un gesto detenido a la distancia.
Una lluvia mide sus orillas,
pasa con sus vestidos entre los grises
y una mano hechizada
pinta con aerosoles de poemas
esta nueva edición de un Funes,
que insiste en tener siempre
las coincidencias de mañana.

Siento el inevitable silencio

Siento el inevitable silencio
de la mañana
y un blando lecho de fantasías
estremecido de asombros.


No parece tan breve
el tiempo de la nostalgia
o yo no se si me sirve
este inevitable silencio,
porque parpadea una vez más
en el blando lecho de fantasías
donde profano la quietud,
y mientras a distancia gestos no publicados
circulan entre las caras de una moneda,
cardúmenes de colores señalan
una trasgresión incandescente.

Líneas

Las primeras líneas
no dejaron de anotar
un móvil de sensaciones,
trajeron plegarias
que se escribieron en maderos;
y pusieron el sonido justo
a la voz de la piel
allí donde el mundo da la mano,
comparte panes,
despide los horarios de ayer
y se pregunta si hoy, nos es hora
de revisar los tiempos.
Las otras líneas
sin hacer preguntas,
sin decir adiós,
salieron a dar una vuelta,
como sucede todos los días
cuando un desparpajo de sol,
pone el cuerpo a las mañanas.

Biblioteca de cosas

Redes de caligrafías
llenas de sales y marionetas
acechan una biblioteca de cosas,
que en descubierto,
hacen nuevas coreografías
y sin lamer más reclamos.
Aparecen con gritos,
para ganarle una partida
a los escombros,
figurar en los nuevos correos,
que seguramente mañana
traerán narraciones
de un viejo reloj,
emigrando siempre
desde sus horas de arena.


4 de febrero de 2010

Que es Poesía?


El primer grito que nos impulsa a escribir determina un ritmo y es la percepción la que peregrina en las sensaciones del poeta, tras el impulso de la palabra que clama dentro, por la sublime locura del verso, está la inspiración, que como dice Octavio Paz:
“Es esa voz extraña que saca al hombre de sí mismo para ser todo lo que es, todo lo que desea, otro cuerpo, otro ser”.
Por cierto existe una relación entre el poema y el autor y va implícita porque desencadena un estado que puede ser tan breve y apasionado, como desconcertante por lo fugaz; es el impulso que clama, embriaga, obliga a la palabra a su manifestación más genuina y somos conscientes que nos desmenuza en lo legítimo del alma.
Ese latido circunstancial nos funde en sonidos que golpean una y otra vez por territorios de la vida y nos transita a fronteras donde las sensaciones cavan en los estratos profundos, trascendiéndonos a nuestras búsquedas más elementales.
Combinamos expresión y formas, evidencias y símbolos, embriagados por la belleza que supone la magia de articular en lo onírico, toda la transfiguración del poema o la metáfora que nos recupere en la mutación de la memoria.
Desmitificar o no la emoción, invadirla en su dimensión, buscar el tono que nos concentre en lo deliberado de un recuerdo, dolor, amor y los tantos interrogantes que el poeta vive en su ámbito.
El nacimiento de la poesía comienza en el momento preciso de imágenes a veces fantasmales, surrealistas o fantásticas o de contradicciones que descubre el inconsciente y que recorre al poeta en su universo de sueños tan llenos de ficciones y realidades..
La poesía tiene una cadencia que evidentemente mece en un arco tensionado y converse en el asombro, tras la búsqueda de la resurrección y esa resurrección está tramada en el derecho a la esperanza, a la libertad individual, a la verdad ancestral de la vida del poeta y la de los otros.
Por eso las palabras del poema, ejes primordiales, van mostrando la pureza que hipoteca el alma, porque se hunden en las entrañas y desentierran aristas de locura o no, para transportarnos a la madera en su apogeo de raíz, como sangre derramada en la tierra, buscando su existencia.

Nos dice Olga Orozco:

A veces sólo era un llamado de arena en las ventanas, una hierba que de pronto temblaba en la pradera quieta, un cuerpo transparente que cruzaba los muros con blandura dejándome en los ojos un resplandor helado, o el ruido de una piedra recorriendo la indecible tiniebla de la medianoche
A veces, sólo el viento.

Poesía en los Pueblos

La palabra deja oír, la voz a través de la poesía de nuestros pueblos y eso es, desafío siempre, en la existencia del hombre.
Es la experiencia de su espiritualidad que lo acompaña, es hurgar su destino en la vida a elegir es proponerse en la mira de su misión a continuar en la condición humana, a ser él en la búsqueda de su yo interno, encarnando los propósitos a descubrir en la medida de su tiempo. Y hay un estado de silencio instaurado en el vocablo, que da el mejor momento para el diálogo interno de una soledad de dos, pueblo y poesía.
Ese impulso de darle a los pueblos su lugar es reivindicarlo y unirlo a otras voces que tampoco pueden callar ese equipaje de sonidos porque ponen al silencio una coraza.
Y sueña el ángel que trae voces y dice de espejos donde instaura un poema, entonces la verdad se hace visible, vocablos privados pesan, tironean, se vuelven sensaciones urgentes y son parte del misterio del hombre hablando consigo, es él, viviendo el peso de pensar y aprender ese fundamento de buscarse y hallarse en la propia mirada de existir.
Raro oficio el de enredarse con la vida y las veredas del reloj y digo raro porque los anhelos bebibles en un vaso de agua apagan una sola sed, pero no la de decir o escribir cosas. En ese llamado que pelea con la realidad se decide a ser protagonista leal de los sueños propios o a tener la certeza de poder concretarlos.
Al fin y al cabo la imaginación es lo único que permite darnos algo más, como ser: vibrar en la conciencia, o celebrar pensamientos, es decir hermanizarnos, buscar cambios, persistir en las demandas o compartir con otros el asombro de un abrazo. Panel que mejora la condición humana o la ingresa en las habitaciones de sus proyectos, que ojalá no condicionen prejuicios exteriores o dejen una autocompasión que paralice. Solamente un temperamento avanzado en el centro de si mismo, afirma sus espacios y en ésta estética de corrientes sanguíneas, donde el sentir cava su intento, es la palabra de los pueblos que pone sentido, porque dialoga y trata de fundamentar verdades, dejando por lo tanto huellas para fusionar el idioma de los hombres y hermanarlos.
Nadie quiere materializar la vida en la constante de palabras como:
Insensibilidad o indiferencia por el otro. Nadie quiere la globalización de locuras que dejan, vacantes de reflexión, al ser humano.
La poesía de nuestros pueblos avanza, aún en medio de las debilidades o crueldad de los seres, va en la búsqueda desde el origen y son instrumentos que se trasforman para delinear el registro humano.
Todo parte de una posibilidad de conciencia para buscar la nada o lo que es, pero buscar, hasta encontrar la realidad no suficientemente aprendida, porque vivimos un momento que se presta a la confusión, o al desastre, y por eso lo importante es desarrollar todas las culturas desde sus fuentes más genuinas, no ignorar, ni sentir ajeno al hermano, que nos mira desde otras latitudes, pero comprendernos para ensanchar el horizonte, mientras la tierra madre siga abriendo ánforas de paz y deje atrás pese a todo, masacres, odios, hambre y todo lo demás, como si fuera poco.
Es la poesía de los pueblos quien viaja, quizás en un trayecto de nunca acabar, y es ahí donde me pregunto hay algo detrás de las palabras o todo está siempre en su dimensión con ese algo que nos lleva al puerto del otro o al nuestro. Nos quedan dudas, pero creo es Prometeo quien trae el fuego de las voces de nuestros pueblos para tenerla encendida en la proa de los sueños abriendo crepúsculos nuevos en mañanas sin gemido
PULSOS LEON FELIPE.
Poeta, ni de tu corazón, ni de tu pensamiento, ni del horno divino de VULCANO, han crecido tus alas, entre todos los hombres la labraron, la mano más humilde te ha clavado un ensueño, una pluma de amor en el costado.

Después de Todo

Mandrágora insistió deliberadamente en crecer delante de la puerta pintada de gris. Y Verluz, pateaba con sus ramas, diciendo que no fuera así. En cambio Danatula, el dueño del lugar, y hombre de pocas palabras, observaba la discusión entre las dos plantas, mientras sentado en un sillón de mimbre, observaba la situación en actitud pasiva. Su pipa displicentemente dejaba esparcir su perfume atormentado de tabaco barato. No obstante el embarazoso momento y como todo seguía igual, no tuvo mejor ocurrencia que manotear un nuevo tarro de pintura gris y previa mirada a Mandrágora y a Verluz, que tragaba saliva, decidió continuar dándole con el mismo color a las otras puertas restantes. Verluz congestionada de rabia se comió un puñado de hojas secas y su amante compañera, muy desolada, pensó que lo mejor era darse por muerta. Lo hizo tan pero tan bien, que Verluz se lo creyó, entonces se dobló por la mitad y soñó. El hombre de nuestro cuento pintaba y pintaba las puertas, las plantas estaban muy quietitas. En serio tan quietitas y calladas que el se quedó anonadado y como estaba de muy buen humor se puso a cantar, una canción muy conocida, “flaca tres cuarto de cogote,...” Verluz era muy tímida y se puso colorada pensando en su talle delgado (entre nosotros también tenía lo suyo y ella lo sabía). Decidida a todo levantó suavemente los ojos y miró con cara de carnero degollado a Danatula que miraba apasionadamente a una Mandrágora resucitada. Todo estaba bien hasta ahí. Pero vaya uno a saber porque a veces pasan tantas cosas imprevistas. Tanto es así, que Verluz, en un gran ataque de rabia y celos le quitó, el tarro de pintura gris a Danatula que seguía mirando a Mandrágora. Eso enfureció a Danatula, quién tomando el tallo de Verluz, lo apretó hasta dejarlo más finito que un hilo de coser. Mandrágora tuvo miedo, se hizo la muerta otra vez, pero ya sabemos que es mentirosa. Verluz agonizaba y Mandrágora no sabía que hacer, entonces se puso a mirar cuántas puertas quedaban por pintar todavía, contó mentalmente los minutos, sabía que tenía tiempo y no lo pensó dos veces. Verluz ya no respiraba; ella la miró una vez más, esta vez no mentiría, sabía que con un esfuerzo supremo podría lograrlo, acaso no lo intentó tantas veces, moriría si, claro que si, esta vez no fallaría. Después de todo nunca había podido entender a los seres humanos.